El panorama
político actual está teñido de una ironía tan flagrante que raya en la farsa.
Presenciamos con asombro cómo figuras que enarbolaron la bandera de la *veeduría
y la transparencia* de un partido político , tomándose, de hecho, estas
atribuciones con fervor— son las mismas que, al verse en el foco de la crítica,
buscan desesperadamente silenciar a la prensa. Es la paradoja del censor que
nace del seno del vigilante.
Esta conducta
no es una anomalía, sino un síntoma recurrente en nuestra arena pública. Nos
recuerda a episodios del pasado, *cuando
grandes rotativos como El Tiempo asumían una postura de juez moralizante
sobre ciertos candidatos, tildándolos de "amorales" o "inadecuados",
mientras que, de puertas para adentro, mantenían sus propias e indisimuladas
corrientes políticas, e incluso presentaban a múltiples familiares como
candidatos*. La vara con la que se mide al adversario parece estar hecha de
un material mucho más elástico y permisivo que la usada para la propia casa.
La táctica
de recurrir a *"llamadas a los
comunicadores"* para *"callar
a los periodistas"* es, a estas alturas, un manual de estilo
predecible. Es la manifestación más pura de una incapacidad monumental: la de *reconocer
la propia mediocridad*o el error. En lugar de enfrentar la crítica con
argumentos o, en el mejor de los casos, *con
un mea culpa, optan por la intimidación o la cooptación, un acto de cobardía
intelectual que busca sofocar la voz que devela la verdad incómoda.*
*La verdadera ironía no reside solo
en el acto de censura, sino en lo que este revela sobre el actor político*. Es el rasgo distintivo del *"Bombril de la política"*:
aquel que, aunque presente una fachada de múltiples funciones y brillo, es, en
esencia, prescindible y limitado. Su arrogancia se manifiesta en una *"levitación al más allá"* , una
desconexión total de la realidad y del sentir ciudadano, que lo hace creer
inmune a la crítica.
Pero en
política, como en la física, lo que sube sin base sólida está condenado a caer.
*Quien intenta silenciar la prensa,
tarde o temprano, silencia su propia posibilidad de trascender. La historia nos
enseña que la mediocridad*, especialmente cuando se disfraza de autoridad y
recurre a la censura, nunca llegará lejos. La libertad de prensa no es un favor
que se otorga, *sino el oxígeno que
respira la democracia, y quienes intentan cortarlo solo demuestran, con su
pataleta, su irremediable incapacidad para estar a la altura del debate*.
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