La reciente visita del senador Iván Cepeda al Cauca, según lo que se comenta en los tradicionales corrillos del Parque Caldas de Popayán, ha dejado una estela amarga que va más allá de la simple desorganización logística. Ha expuesto un vicio recurrente en la política nacional: el creer que el respaldo ideológico o el sello de un partido poderoso como el Pacto Histórico otorga una carta blanca para el desprecio sutil hacia las regiones.

El Cauca, una tierra de profunda historia, resistencia y dignidad, no es ni debe ser la "escalera de nadie". La gente que aquí habita no espera favores ni limosnas, sino algo mucho más fundamental: respeto por la palabra y el tiempo.

La columna de opinión refleja un sentimiento de burla y frustración legítimo. No se trata de una simple cancelación de agenda. Se habla de comunidades que se organizaron, que invirtieron tiempo y esfuerzo –había gente esperando en Silvia, en el Norte del Cauca, en la Casona Cultural de Calicanto– y que fueron dejadas plantadas. Este tipo de desplantes demuestra una grave desconexión entre el liderazgo nacional y la base social que lo sostiene.

Es preocupante que figuras que prometieron encarnar un cambio y una "nueva política" caigan en los mismos errores de la "vieja guardia": llegar con "aires de grandeza", esperar pleitesía, exigir tiempo y logística gratuita de medios y organizaciones simplemente por su investidura. El hecho de que Cepeda, supuestamente, actuara con una expectativa de servicio digna de un Petro o un Uribe, es un error de cálculo monumental. En el Cauca, el liderazgo se gana con humildad y cumplimiento, no con exceso de ego.

El Pacto Histórico debe escuchar este clamor. Si su promesa era ser la antítesis de la política tradicional —caracterizada por la desorganización, la rosca y el desprecio por las periferias—, estas acciones son un indicio de que están resbalando peligrosamente. Duele aún más porque el Cauca ha puesto su alma, su cultura y su historia de resistencia en cada proceso transformador del país.

El mensaje que emerge del Parque Caldas es claro y contundente: "El Cauca la palabra vale, y cuando se promete cumplir una agenda, se cumple." Las comunidades que se levantan al alba y caminan horas para asistir a un evento merecen lo mínimo: reciprocidad y cumplimiento. Mientras la burocracia y la sensación de una "rosca interna" sigan opacando la transparencia y la humildad, el "cafecito con leche" de las promesas políticas sabrá a simple "agua con melao" y desilusión.

La política debe ser un ejercicio de servicio, no una exhibición de poder. Y si un líder no logra entender la dignidad de las comunidades que lo esperan, difícilmente estará calificado para representarlas. El Cauca tiene memoria y dignidad; la próxima vez, es posible que simplemente no estén allí para ser plantados.