La denuncia del presidente Gustavo Petro sobre la exigencia de Estados Unidos de devolver 150 armas que custodiaban la Casa de Nariño no es solo una anécdota de política exterior; es un bofetón de realidad que expone la vulnerabilidad de la soberanía colombiana y la necesidad perentoria de autonomía en materia de defensa.
Que la seguridad del Palacio de Gobierno, el símbolo máximo del poder y la democracia de una nación, dependa de armamento prestado por un país extranjero, en este caso, Estados Unidos, es, como bien lo calificó el mandatario, un "acto indigno". Esta situación es inaceptable y resalta una dependencia histórica que debe ser erradicada. La "crisis" de seguridad interna que menciona Petro —donde el palacio queda "desarmado"— no es solo una preocupación táctica, sino una herida profunda al orgullo y la capacidad de autodefensa del Estado.
La Lección Detrás de la Devolución
La explicación del presidente Petro, que la carta de EE. UU. solicitaba la devolución de armas porque eran propiedad del gobierno de Donald Trump, suena a una afrenta calculada, o al menos a una indiferencia preocupante. La lectura más sombría es la que sugirió el mismo Petro: "un mensaje: no nos importa si lo matan". Aunque pueda ser una exageración retórica, subraya la percepción de que la cooperación en seguridad tiene límites y condiciones, y que estos pueden ser revocados abruptamente.
Independientemente de las intenciones de Washington, el episodio es una poderosa lección sobre los peligros de externalizar la seguridad nacional. La dependencia de equipos extranjeros no solo ata a un país a las dinámicas políticas y las fluctuaciones de humor de la nación proveedora, sino que también limita su capacidad de respuesta y su libertad de acción en momentos críticos. Es un ancla que restringe la plena autonomía.
El Camino Hacia la Autonomía: El Fusil Propio 🇨🇴
Frente a esta coyuntura, la respuesta anunciada por el Gobierno es la única salida digna: la creación de un fusil propio. Este proyecto trasciende la mera fabricación de armamento; es una declaración de intenciones, un paso firme hacia la soberanía armamentística. Si bien es un camino largo y lleno de desafíos técnicos y presupuestarios, la orden de dignificar la seguridad nacional, rechazando las armas prestadas ("No las necesitamos si estamos haciendo un fusil"), es un hito simbólico.
La creación de tecnología de defensa local garantiza que las fuerzas armadas y la policía cuenten con equipos diseñados para las necesidades y la geografía propias del país, liberándolas de las interrupciones geopolíticas. Este esfuerzo debe ser visto no solo como una tarea del sector Defensa, sino como una política de Estado que fortalezca la industria nacional, genere conocimiento tecnológico y, lo más importante, cimente la verdadera independencia de la seguridad colombiana.
Este incidente debe ser el catalizador para que Colombia acelere su estrategia de autonomía en defensa. La dignidad de una nación no puede estar custodiada por las armas de otro.