La noticia que llega desde Cajibío, Cauca, el 7 de octubre de 2025, no es solo un titular más; es un recordatorio brutal y doloroso de una tragedia nacional que se repite con una frecuencia escalofriante. El asesinato de Inocencio Blanco, un exconcejal del Partido Liberal y un pilar del liderazgo comunal, no es un hecho aislado: es un eslabón más en la cadena de violencia que busca silenciar las voces que defienden el derecho a la vida y el desarrollo en las zonas rurales de Colombia.
Inocencio Blanco, recordado por su incansable labor social y por haber cofundado la vereda El Culebrido, fue atacado a tiros mientras se dirigía a su hogar. Su único "delito" era el de ser un líder social: una persona que, con su trabajo y dedicación, se atrevió a llenar el vacío de presencia estatal y a disputar la imposición de miedo por parte de los grupos armados.
Un Patrón Inaceptable de Impunidad y Riesgo
El escalofriante registro de 154 líderes sociales asesinados en 2025 según Indepaz, del cual Blanco forma parte, evidencia un patrón de violencia sistemática que el Estado colombiano no ha logrado detener. La vida de quienes se convierten en agentes de cambio en sus comunidades parece tener un precio trágicamente bajo.
La Alerta Temprana 013/25 emitida por la Defensoría del Pueblo para Cajibío no era una mera advertencia; era un grito de auxilio, una hoja de ruta que señalaba el peligro inminente. Esta alerta subrayaba el riesgo que enfrentan los líderes debido a la imposición de "normas y formas de gobernanza" por parte de grupos armados ilegales. La realidad, sin embargo, demostró que la advertencia llegó tarde para Inocencio Blanco.
En el municipio de Cajibío, la presencia de estructuras como el Frente Jaime Martínez, el Frente Dagoberto Ramos, y el Frente Carlos Patiño —todos del Bloque Occidental del Estado Mayor Central de las disidencias de las FARC—, además de bandas locales, genera un panorama de zozobra. Estos grupos armados no solo se disputan territorios y economías ilícitas, sino que activamente buscan desarticular el tejido social y comunitario que representan líderes como Blanco, quienes encarnan la posibilidad de una gobernanza legítima y pacífica.
El Deber del Estado y la Resistencia de la Comunidad
El asesinato de Inocencio Blanco es un fracaso de la protección estatal. No es suficiente con emitir alertas. La protección de los líderes sociales exige una acción inmediata y contundente que se traduzca en presencia efectiva del Estado —no solo militar, sino también civil, institucional y social— que garantice la seguridad y el respeto por el Estado de Derecho en cada rincón del país.
El legado de Inocencio, como el de tantos otros, es una doble lección. Por un lado, nos muestra la inmensa valentía y el profundo amor por la comunidad que impulsa a estos dirigentes a pesar del riesgo. Por otro, nos confronta con la ineficacia de las políticas de protección y el imperdonable avance de la violencia.
Mientras Colombia no garantice que un líder pueda volver a su casa sin ser blanco de un ataque, seguiremos siendo una sociedad que tolera el asesinato de su propia esperanza. La memoria de Inocencio Blanco exige más que condolencias; exige justicia, y sobre todo, exige un cambio radical en la forma en que el Estado protege a quienes dedican su vida a construir un mejor país. El silencio que hoy se impone en El Culebrido es el eco de una promesa de paz incumplida. ¿Cuántos líderes más tendrán que caer para que el Estado actúe con la urgencia que esta crisis demanda? 🇨🇴