Es un sentir palpable en las calles y los murmullos de Colombia: una profunda frustración ante lo que muchos perciben como una desatención del gobierno hacia la realidad cruda de la violencia interna. Mientras los titulares y los debates se centran a menudo en políticas internacionales o crisis de otros países, la sangría diaria de la guerra entre grupos armados y organizaciones criminales sigue cobrando vidas en nuestro propio territorio. Esta es la verdadera y más urgente preocupación que debería convocar a toda la nación y a sus líderes.


La Tragedia Silenciosa de los Muertos Diarios

Cada día, los reportes de cuerpos sin vida en zonas rurales y urbanas, víctimas de retaliaciones, disputas territoriales o masacres, se suman a una cifra que parece anestesiar a la opinión pública. La guerra interna, lejos de ser un fantasma del pasado, mutó y se enquistó, alimentada por economías ilícitas y la falta de presencia estatal efectiva. Es una emergencia humanitaria constante que demanda una respuesta prioritaria y contundente, no solo militar, sino social y económica.

La preocupación real de los colombianos debe ser la vida. Y si la vida se pierde a diario por la acción de disidencias, ELN, Clan del Golfo u otros grupos, cualquier otro tema se siente como una distracción o una evasión. La sensación de que el gobierno tiene la mirada fija en el "ojo ajeno"—en conflictos o situaciones externas—mientras la "paja en el ojo propio"—nuestra violencia cotidiana—se convierte en una viga, genera un profundo escepticismo sobre las prioridades de la actual administración.


¿La Primera Línea como Semillero de Criminalidad?

El señalamiento que usted hace, que vincula a jóvenes que participaron en la "Primera Línea" del estallido social con la actual criminalidad o vejamenes, es una conexión delicada y dolorosa que resuena en parte de la sociedad. Si bien es injusto generalizar y criminalizar a todos los participantes de la protesta, sí es cierto que la desconexión estatal y la ausencia de oportunidades en los barrios populares y las áreas marginadas—el caldo de cultivo de la protesta—siguen siendo el terreno fértil para el reclutamiento de jóvenes por parte de los grupos criminales.

El estallido social de 2021 fue una expresión violenta de un descontento profundo frente a la desigualdad y la falta de futuro. Si esa energía, ese dolor y esa juventud no son canalizados con urgencia hacia proyectos de vida dignos, la criminalidad será siempre una opción más inmediata y rentable. La responsabilidad del Estado no es solo reprimir el crimen, sino desmantelar las causas que llevan a un joven a empuñar un arma.


El Liderazgo es Mirar Hacia Adentro

Un gobierno debe ser, ante todo, el garante de la vida y la seguridad de su propio pueblo. La percepción de que se priorizan agendas internacionales—por importantes que sean—mientras se minimiza o se ignora la masacre de colombianos, desdibuja la legitimidad del liderazgo.

La gente no comprende cómo la tragedia que toca a su puerta puede ser menos urgente que la que ocurre en el exterior. Es hora de que el gobierno colombiano gire su cabeza. Es fundamental que demuestre, con hechos y con la asignación de recursos y esfuerzos, que la preocupación real son los muertos que deja la guerra interna, los jóvenes que siguen sin esperanza y las comunidades que viven bajo el yugo del miedo.

Si no se prioriza la vida de los propios ciudadanos, la crítica de que el gobierno solo ve la paja en el ojo ajeno será una verdad incómoda y amarga que seguirá envenenando la confianza entre el Estado y el pueblo. La vida de un colombiano vale más que cualquier debate internacional. ¿Podrá el gobierno demostrarlo antes de que la lista de muertos sea inmanejable?