El trágico suceso ocurrido en Pasto, donde el general (r) Ariel Mora Rodríguez acabó con la vida de su exesposa, Magda Patricia Muñoz, y su propio hijo, Sebastián Mora, para luego suicidarse, no es un hecho aislado, sino un espejo cruel de la profunda crisis de violencia intrafamiliar y de género que lacera a Colombia. Este triple asesinato/suicidio, consumado el 31 de octubre y que cobró la última vida el 5 de noviembre, tras la lucha de Magda Patricia en la UCI, nos obliga a mirar de frente el horror que se gesta en el ámbito que debería ser el más seguro: el hogar.

El Rostro de la Tragedia Familiar

La narrativa es escalofriante: una cita, una emboscada, y la muerte. Magda Patricia y Sebastián, un estudiante de medicina con futuro truncado, fueron citados y atacados a sangre fría. La explicación de la madre del agresor, Nery Rodríguez, que pide perdón y aduce que su hijo "estaba deprimido por circunstancias de la vida", aunque humana en su dolor, resulta insuficiente e indignante ante la magnitud de los crímenes. La depresión puede ser una enfermedad devastadora, pero jamás una justificación para el feminicidio y el parricidio. Es crucial evitar el riesgo de patologizar o justificar la violencia machista, que en la mayoría de los casos de feminicidio es el motor de estos actos atroces.

Este caso subraya la necesidad de despojar a los agresores de cualquier aura de prestigio o estatus —en este caso, un general retirado del Ejército—. La violencia no conoce grados militares ni títulos académicos; es un patrón de abuso y control que a menudo escala hasta la aniquilación.

Un Grito Contra la Indiferencia Colectiva

Las voces de la Alcaldía de Pasto y de la Fundación Universitaria San Martín de Pasto, al expresar su dolor y hacer un llamado a la no violencia, son importantes. Sin embargo, el problema va más allá de los comunicados de pésame. Las cifras nacionales son aterradoras: las mujeres son las principales víctimas de la violencia intrafamiliar en Colombia, representando aproximadamente el 70-77% de los casos registrados, con una tendencia ascendente en el tiempo, según datos del Ministerio de Justicia. El feminicidio es un flagelo que no da tregua.

El relato de lo sucedido y las estadísticas demuestran que, a pesar de las leyes existentes (como la tipificación de la violencia intrafamiliar en el Código Penal y las rutas de denuncia), el sistema de protección está fallando. La violencia en el hogar sigue siendo una epidemia silenciosa que cobra vidas.

 Denunciar y Prevenir: El Único Camino

El texto finaliza recordando las rutas de denuncia en Colombia (líneas 155 y 123, Comisarías de Familia, Fiscalía), un llamado vital que debe resonar en cada rincón del país. Pero la responsabilidad no recae solo en la víctima; es colectiva.

Necesitamos:

  • Educación temprana en equidad y resolución pacífica de conflictos para desmantelar el machismo desde la base.

  • Fortalecimiento del sistema judicial y de protección: Reducir la impunidad en los casos de violencia y garantizar que las medidas de protección se emitan y se hagan efectivas en el plazo máximo de 4 horas estipulado, sin la violencia institucional que revictimiza.

  • Sensibilización social: Dejar de normalizar las micro-violencias que son la antesala del desastre.

El dolor de la familia Muñoz Mora debe ser la chispa que encienda un compromiso social y estatal inquebrantable contra la violencia intrafamiliar y de género. La vida de Magda Patricia y Sebastián Mora no puede ser una estadística más. Es hora de que el Estado y la sociedad garanticen que, para millones de mujeres y sus hijos, el hogar deje de ser el lugar más peligroso del mundo.