Halloween llega cada 31 de octubre envuelto en un manto de calabazas luminosas y disfraces de plástico. Para la mayoría, es sinónimo de dulces, fiestas y un inofensivo juego de "truco o trato". Sin embargo, detrás del frenesí comercial, se esconde una historia profunda y fascinante: la de Samhain, un festival que nos recuerda nuestra antigua conexión con la naturaleza, la muerte y el misterio.
Un Portal Celta al Invierno
La verdad de Halloween reside en sus raíces. Hace más de 2,000 años, los celtas celebraban el Samhain para marcar el final del verano y la cosecha, y el temido inicio del invierno, un período asociado a la oscuridad y la muerte. Creían que esa noche, la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se disolvía. No era una noche para el ocio, sino para la supervivencia: encender hogueras gigantes y usar disfraces no era un juego, sino un ritual para confundir o ahuyentar a los espíritus que regresaban.
Esta visión, en la que el mundo físico y el espiritual se tocaban, es poderosa. Samhain era una celebración de la ciclicidad de la vida, aceptando la muerte como parte necesaria del proceso, no solo como un final.
La Fusión de lo Pagano y lo Cristiano
Con la expansión del cristianismo, la Iglesia optó no por erradicar, sino por asimilar las tradiciones paganas. La celebración celta se superpuso con la víspera del Día de Todos los Santos (de ahí "All Hallow's Eve"). Esta fusión es un testimonio de cómo las culturas se adaptan y sobreviven.
Las costumbres europeas de pedir comida a cambio de oraciones por los difuntos, un acto solemne, se transformó con el tiempo. El "truco o trato" moderno, con su exigencia lúdica de dulces, es un eco lejano y azucarado de aquel intercambio espiritual de Europa. La seriedad se volvió dulzura.
Del Nabo Ancestral al Negocio Global
El viaje final de Halloween se completó con la inmigración, especialmente la irlandesa, a Estados Unidos. Allí, la tradición se masificó, se americanizó y, finalmente, se comercializó. Los nabos tallados para hacer farolillos, símbolo ancestral, fueron sustituidos por las calabazas más fáciles de encontrar y tallar.
Hoy, Halloween es una máquina de marketing. Los disfraces ya no son pieles de animales para protegerse de los espíritus, sino representaciones de superhéroes y personajes de ficción. La esencia de marcar un cambio de estación o honrar a los ancestros ha sido eclipsada por la decoración, el consumismo y la búsqueda del disfraz más viral en redes sociales.
Una Invitación a la Reflexión
La columna de opinión no busca restar diversión a la fiesta. Al contrario. Entender que cada calabaza, cada disfraz y cada dulce tiene una raíz que se remonta al antiguo Samhain, añade una capa de profundidad.
Al celebrar Halloween, estamos participando en una tradición de más de dos milenios. Es una oportunidad para ir más allá del plástico brillante y recordar lo que realmente significa: la aceptación del ciclo de la vida y la muerte. ¿Podemos, quizás, encender una vela en nuestra calabaza con un poco de respeto por el legado celta, en lugar de solo por la foto?
La fiesta de disfraces seguirá, pero la verdad de Halloween nos invita a no solo disfrazarnos de otros, sino a reconocer la historia antigua que late bajo la máscara moderna.
 
                 
             
                                         
                                         
                                         
                                         
             
             
             
            