El desbordamiento del caño Urichare en Lejanías, que nuevamente golpea a la comunidad, no es solo una noticia de desastre natural; es el escenario donde la vocación y el compromiso de nuestros uniformados brillaron con una luz inquebrantable. Las imágenes de estos hombres y mujeres llevando en brazos a niños y adultos mayores, atravesando las aguas turbulentas, son un poderoso recordatorio del verdadero significado de la palabra 'servicio'.
En una época donde la labor de la fuerza pública a veces se ve ensombrecida por la crítica, actos como este nos obligan a hacer una pausa y a reconocer la esencia de su misión: proteger la vida, incluso a riesgo de la propia. Este rescate no se limitó a seguir un protocolo; fue una acción impulsada por la empatía, por el instinto humano de socorrer al más vulnerable. No hay mejor definición de heroísmo que la de aquel que, sin pensarlo dos veces, prioriza la seguridad de un desconocido.
Los uniformados de Lejanías han encarnado la promesa de ser Seguros, Cercanos y Presentes. Han demostrado que, más allá de la disciplina y el uniforme, late un corazón comprometido con su comunidad. Este tipo de compromiso, que se mide en los pasos firmes dados en medio de la adversidad y en el consuelo ofrecido a quienes lo han perdido todo, es el cimiento de la confianza ciudadana.
Es imperativo que este acto de valentía no quede solo como una anécdota. Debe ser un espejo para toda la sociedad y una reafirmación de que, en los momentos de mayor crisis, la solidaridad y el coraje son nuestras herramientas más poderosas. Gracias a esos brazos fuertes que cargaron la esperanza y a esa vocación inquebrantable, hoy varias familias tienen una segunda oportunidad. A ellos, nuestro reconocimiento, respeto y gratitud. Son los héroes anónimos que, día a día, reafirman que la vida siempre será la misión más importante.