El reciente evento "Stream Fighters", que puso en el ring a figuras del entretenimiento digital como Yina Calderón y Andrea Valdiri, nos obliga a mirar más allá de las luces y los récords de audiencia. Si bien el evento se vende como una noche de "espectáculo y rivalidad" con artistas de talla internacional, subyace una preocupación mucho más profunda que la propia contienda: la normalización y monetización de la agresión en el corazón de la juventud colombiana y latinoamericana.
La pasión por el rating y la pauta publicitaria parece haber encontrado en la confrontación física y verbal una mina de oro. En un país como Colombia, donde las rivalidades y odios son históricamente marcados —como bien señala el mensaje inicial—, exponer la violencia como un show mainstream es un camino peligroso.
La Ética del 'Influencer' y el Negocio de la Hostilidad
Los llamados "influenciadores" tienen una responsabilidad ineludible. Sus plataformas no son meros espacios de entretenimiento; son altavoces masivos que moldean percepciones y comportamientos. Cuando, por "ganar más pauta publicitaria," se incita directamente al crecimiento de la violencia, se traiciona el mínimo principio ético de la comunicación social.
El evento "Stream Fighters," patrocinado por grandes marcas, convierte el conflicto en un producto. El mensaje que se envía es claro y escalofriante: la hostilidad, el drama y la agresión son rentables. No se trata de boxeo como disciplina deportiva, sino de una explotación del "chisme callejero" y las enemistades personales para alcanzar 1.4 millones de espectadores, como ocurrió en la edición anterior.
¿Qué gana la sociedad? Nada, solo un refuerzo a la idea de que "cualquier detalle es tema de empuñar un arma" o, en este caso, de subirse a un ring bajo la luz de los reflectores.
¿Qué gana el promotor y el influencer? Cifras de audiencia, dinero y más fama.
Urge un Retorno a Principios: El Respeto como Cáncer de la Violencia
La polémica advertencia de Yina Calderón sobre el posible "favoritismo" en el evento, aunque legítima en el contexto de una competencia, palidece ante la crítica fundamental: ¿es esta la clase de contenido que deberíamos estar glorificando?
El verdadero tema de "cerrar en los canales virtuales" no es el contenido per se, sino aquel que vulnera los principios fundamentales del respeto. La violencia, "en cualquier género es violencia", y hoy, la violencia digital se está manifestando en violencia física patrocinada. La delgada línea entre el entretenimiento y la incitación se ha desdibujado por completo.
Es "el momento de volver a esos principios y valores" fundamentales. Se necesita un consenso social y, quizás, una regulación más estricta por parte de las plataformas para desincentivar este "todo vale para ganar dinero". La rentabilidad no puede ser el único juez de la moralidad y del impacto social. El respeto a la dignidad del otro debe prevalecer sobre la necesidad de clicks y patrocinios. De lo contrario, seguiremos viendo cómo la generación que vive conectada a las redes aprende que la mejor manera de resolver los conflictos es con los puños, bajo el aplauso de miles de espectadores.