La noticia del fallecimiento de Angie Pahola Tovar Calpa, estudiante de 26 años de Ingeniería Administrativa de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, no es solo un titular trágico: es el eco ensordecedor de una realidad que nos duele y avergüenza como sociedad. Angie, una joven con sueños, dedicada y solidaria, fue arrebatada de sus metas y de su familia, convirtiéndose en una víctima más de la violencia que se niega a soltar las riendas de nuestro país.
El dolor de la Universidad Nacional es el dolor de toda una nación que ve cómo el futuro prometedor de sus jóvenes se desvanece en un retén armado. Angie no era una cifra, era el décimo semestre de una carrera, era la Facultad de Minas, era el orgullo de Guachucal (Nariño), y era la promesa de trabajar por su comunidad. Su secuestro en la vía Popayán–Piendamó (Cauca) por hombres que se identificaron como disidencias de las Farc, "en nombre de Dagoberto," nos recuerda la persistencia de grupos armados que desafían la paz y siembran el terror.
La Urgencia de un País sin Miedo
El comunicado de la Universidad Nacional que reitera el llamado a "construir un país donde los jóvenes puedan desarrollarse sin miedo" no puede quedarse en una frase de condolencia. Debe ser un grito de acción. ¿Cuántos sueños más deben ser truncados para que se garantice la seguridad en las carreteras y en las regiones históricamente golpeadas por el conflicto? La ruta de regreso a casa, la vía de las vacaciones, se convirtió en el escenario de una pesadilla. Esto es inaceptable.
El caso de Angie Pahola es un recordatorio amargo de que la violencia no es un vestigio del pasado, sino una sombra que se proyecta sobre la vida cotidiana de los colombianos, especialmente aquellos que transitan por zonas de riesgo. La juventud debería estar preocupada por exámenes y proyectos de grado, no por el riesgo de un secuestro o la fatalidad de la muerte violenta.
Justicia y Memoria: Un Compromiso Ineludible
Si bien la Fiscalía General de la Nación adelanta las investigaciones para esclarecer los hechos, el silencio actual sobre las circunstancias exactas de su muerte y el lugar del hallazgo alimenta una indignación justificada. La familia, la comunidad académica y el país necesitan respuestas claras y acciones contundentes. No solo se trata de identificar a los culpables, sino de desmantelar las estructuras que permiten estos actos atroces.
El homenaje simbólico que realizará la Universidad Nacional en el campus El Volador este viernes 24 de octubre es un acto necesario para honrar su vida y acompañar el duelo. Pero también debe ser un espacio para reafirmar el compromiso inquebrantable de la academia y la sociedad civil con la defensa de la vida y la memoria de quienes han sido víctimas de la barbarie.
Que la partida de Angie Pahola Tovar Calpa no sea un dolor pasajero, sino una cicatriz que impulse una exigencia nacional por una paz real, tangible y libre de miedo. Paz para que más jóvenes como ella puedan cumplir sus sueños de trabajar por su comunidad, y no terminen siendo el símbolo doloroso de lo que aún nos falta por construir. #NiUnaMás