El Grito de la Resistencia y el Desafío a la Tiranía , La reciente declaración de Abelardo de la Espriella, cargada de una indignación que raya en la furia, es más que un simple mensaje en redes sociales: es un grito de alarma y un manifiesto de resistencia. En un lenguaje sin ambages, directo y enfático, el abogado y vehemente crítico del gobierno Petro ha puesto sobre la mesa acusaciones de extrema gravedad, elevando el tono del debate político a un nivel de confrontación que preocupa profundamente a la sociedad colombiana.

“La mafia que nos desgobierna desató su furia,” sentencia De la Espriella, enmarcando los ataques contra miembros de su círculo como actos deliberados de retaliación política. La secuencia de eventos que él describe –la acusación de paramilitarismo en su contra y los atentados contra Luis Naranjo y Juan Carlos Santamaría– dibuja un panorama sombrío, donde la disidencia y la defensa de posturas contrarias al status quo parecen costar más que una simple crítica.

La intimidación, si las acusaciones son ciertas, es el método más abyecto en la política. Balear el vehículo de un coordinador y, peor aún, incendiar el carro de un "Defensor de la Patria" son acciones que trascienden la disputa ideológica para adentrarse en el terreno de la violencia política, el terror y la coacción. Estos no son meros incidentes; son mensajes escalofriantes diseñados para silenciar la oposición y sembrar el miedo.

Pero la respuesta de De la Espriella es, quizás, la parte más resonante de su declaración. Lejos de amilanarse, su desafío es frontal: “¿Creen que nos van a intimidar? ¡No les tengo miedo! Sus ataques cobardes solo nos hacen más fuertes.” Esta es la retórica del líder que se planta, la figura que transforma el ataque en un llamado a la unidad y a la acción colectiva.

El paso de la indignación a la acción se concreta con una estrategia clara: la unión y la solidaridad económica. Su aporte personal de 10 millones de pesos para reponer el vehículo de Santamaría es un gesto simbólico poderoso. Demuestra que la defensa de sus “valientes defensores” no es solo de palabra, sino también material, e invita a sus seguidores a sumarse a esta causa. El mensaje es prístino y contundente: "Demostrémosles que si tocan a uno, nos tocan a todos."

Esta polarización, alimentada por acusaciones tan graves como la de "tiranía" por parte de la oposición y de "paramilitarismo" por el oficialismo, es un reflejo de la profunda fractura que vive el país. Sin embargo, en medio de esta tensión, la declaración de Abelardo de la Espriella se erige como un recordatorio a la ciudadanía de la importancia de la libertad de expresión y de la defensa de los derechos, incluso bajo amenaza.

"No nacimos para arrodillarnos. ¡Firmes por la Patria!", concluye. Es un lema de batalla, un llamado a la dignidad innegociable. Más allá de si se comparten o no las posturas políticas del abogado, su desafío resalta una verdad fundamental en la democracia: que la respuesta a la intimidación nunca debe ser el silencio. La única manera de enfrentar los ataques cobardes es con la firmeza de la convicción y la fuerza inexpugnable de la unión.

La sociedad colombiana debe observar con atención estos hechos y exigir a las autoridades que se investiguen con celeridad y rigor, independientemente de quién sea la víctima o el victimario. En un Estado de Derecho, el uso de la violencia como herramienta política es inaceptable. Y en la trinchera de la opinión, la única arma legítima es la voz: una voz que, aunque se quiera silenciar con balas o fuego, siempre encontrará eco en el corazón de los que "no nacieron para arrodillarse".