El gobierno habla de estadísticas de seguridad, pero en el Cauca la realidad es otra. Mientras en Bogotá se discuten cifras de homicidios que supuestamente van a la baja, aquí, en nuestras veredas y municipios, la vida se ha vuelto una ruleta rusa. *Los secuestros de Guido, de Óscar Jordán «el Mocho» de Padilla, y el hijo de Samuel no son solo titulares, son el reflejo de una herida profunda que el Estado no logra sanar.*

La seguridad no se puede medir únicamente con números. *Una estadística que muestra una ligera disminución de la criminalidad no significa nada cuando el miedo es la constante en la cotidianidad*. La gente del Cauca no siente que está más segura; todo lo contrario. Se siente más vulnerable que nunca. Este contraste entre el discurso oficial y la realidad es una burla para quienes viven bajo el yugo de los grupos armados y delincuenciales.

Estos grupos han logrado *consolidar su control territorial* de una forma alarmante, aprovechando la débil presencia del Estado. El secuestro se ha convertido en una forma de financiación y en una herramienta de intimidación. No se trata solo de dinero, sino de demostrar quién tiene el poder en la región

Detrás de cada secuestro hay una familia que se desgarra, una comunidad que se silencia y un futuro que se desvanece. *La frialdad de las estadísticas no puede capturar el dolor de una madre que espera noticias de su hijo, ni la angustia de un empresario que ya no puede trabajar con tranquilidad