La polémica sigue persiguiendo al show de medio tiempo del Super Bowl de 2020. Cuatro años después de que Jennifer Lopez y Shakira hicieran historia con una presentación explosiva y culturalmente resonante, JLo ha vuelto a encender el debate, no para criticar a su colega, sino para cuestionar la miopía de la industria.
Sus declaraciones en The Howard Stern Show, que matizan su frustración expresada en el documental Halftime, son reveladoras. La neoyorquina de origen puertorriqueño no vio el problema en compartir el escenario con Shakira, sino en la premisa que parecía subyacer a la decisión de la NFL: la idea de que un solo artista latino no era suficiente para encabezar el evento más visto de la televisión estadounidense.
"Quería mi momento, mi oportunidad de hacer lo que siempre había soñado", explicó. Este anhelo no era un capricho de diva, sino la manifestación de una lucha histórica por la validación. Para artistas que han labrado carreras globales, como Lopez y Shakira, ser obligadas a "dividir" el espacio se sintió como un reflejo de que aún se las considera una minoría poderosa, pero minoría al fin, incapaz de llenar el inmenso vacío de atención por sí solas. La aspiración no era el ego, sino la plena representatividad.
Sin embargo, en un giro de madurez y retrospectiva, JLo reconoce que la unión hizo la fuerza. El show de 2020 fue "absolutamente perfecto" porque representó algo más grande que dos estrellas: fue el triunfo de dos mujeres, madres y latinas que usaron la plataforma para dejar un mensaje político, incluyendo la famosa referencia a los niños migrantes en jaulas. Convirtieron una aparente limitación de tiempo en un manifiesto cultural y social.
Este contexto es crucial para entender la firme defensa que hace Lopez de Bad Bunny, elegido para encabezar el Super Bowl 2026. Ante quienes cuestionan la elección del 'Conejo Malo', la respuesta de JLo es contundente: "¿Por qué demonios no debería cantar en el Super Bowl? Es absurdo."
La elección de Bad Bunny no solo es una jugada astuta de rating (él es, como JLo lo califica, "el artista más grande del planeta en este momento"), sino una victoria simbólica. Es la confirmación de que la industria finalmente ha reconocido el poder individual e indiscutible del talento latino. Ya no se necesita "dos por el precio de uno". El Super Bowl de 2026, encabezado por el reggaetonero, no será solo un espectáculo musical; será la prueba de que el muro de la validación se ha derrumbado.
El camino ha sido largo. Desde la frustración de 2020 hasta el triunfo en solitario de 2026, la NFL, al apostar por la "diversidad cultural", está reconociendo una realidad demográfica y artística innegable. JLo y Shakira abrieron la puerta. Bad Bunny la ha derribado. Es un triunfo no solo para los artistas, sino para la visibilidad de toda una cultura.